El 2 de octubre no se olvida, pero cada año se entiende menos. La marcha conmemorativa de este 2025, en la que se evocaba a los estudiantes asesinados en Tlatelolco, terminó convertida en un enfrentamiento entre encapuchados y policías, en un caos que desdibujó el sentido original de la protesta.
La escena fue lamentable: petardos, piedras, fuego, vandalismo, saqueos y policías heridos. Mientras el Comité del 68 intentaba hablar de memoria y justicia, el ruido de los enfrentamientos acalló su voz. La consigna de recordar a las víctimas del autoritarismo terminó perdida entre el humo de los extintores y el gas lacrimógeno.
No se trata de justificar la represión, sino de advertir que la violencia sin causa colectiva se convierte en espectáculo. Los encapuchados no representaron al movimiento estudiantil de 1968 ni a las luchas sociales actuales; actuaron desde la rabia y la provocación, poniendo en riesgo a miles de manifestantes pacíficos.
Las heridas de los 16 policías hospitalizados, tres de ellos graves, también cuentan. No son enemigos: son trabajadores públicos que, mal o bien, estaban cumpliendo una función de resguardo. La agresión contra ellos es inaceptable en un contexto democrático.
México sigue necesitando memoria, justicia y verdad, pero también responsabilidad civil. Si el 2 de octubre es un símbolo de resistencia contra la violencia del Estado, no puede transformarse en el escenario de una nueva violencia anárquica que nada aporta a la causa.
La memoria no se honra con piedras ni petardos. Se honra con verdad, organización y civismo. Porque cuando el caos se impone, los verdugos del pasado vuelven a ganar.