
El huracán Raymond no sólo inundó calles, sino que ahogó el discurso de eficiencia y “orden” con el que Rocío Nahle intentó marcar distancia de su antecesor, Cuitláhuac García. En Poza Rica, Álamo, Tuxpan y otros municipios, los ríos se desbordaron sin que existiera un plan preventivo real. La Conagua había alertado desde días antes sobre el riesgo de desbordamiento, pero la respuesta estatal fue tardía, burocrática y descoordinada.
Los testimonios de las víctimas son un retrato brutal del abandono. “No vino nadie a avisar. El agua entró de madrugada y nos arrasó todo”, dijo una mujer en la colonia Adalberto Tejeda, mientras sostenía los restos de su refrigerador.
Más de 55 municipios quedaron bajo el agua, 16 mil viviendas resultaron dañadas y al menos seis personas murieron. Sin embargo, la gobernadora calificó el desbordamiento del río como “ligero”, una frase que indignó incluso a los alcaldes de su propio partido.
Un gobierno entre la propaganda y la incompetencia
En lugar de asumir el mando ante la emergencia, Nahle apareció en redes sociales sonriente, con botas impecables y rodeada de cámaras, hablando de coordinación y de “trabajo interinstitucional”. Detrás de la escenografía, miles de damnificados seguían atrapados sin luz, sin agua y sin comida.
Las imágenes de la gobernadora en recorridos cuidadosamente montados —sin lodo, sin damnificados visibles, y con escoltas más numerosos que voluntarios— se volvieron símbolo de una administración más preocupada por el control de la narrativa que por la gestión de la crisis. El contraste fue inmediato: mientras en Poza Rica las familias clamaban por víveres y medicinas, en Xalapa se difundían boletines oficiales que hablaban de “atención total y oportuna”.
Desgobierno en cadena
La emergencia también reveló la falta de coordinación entre dependencias. Protección Civil estatal reportaba una cifra de municipios afectados, mientras la Secretaría de Infraestructura presentaba otra. Los alcaldes denunciaron que los recursos tardaron más de 72 horas en llegar, y en algunos casos, nunca llegaron.
En Álamo, la población improvisó refugios con lonas, mientras las autoridades pedían “paciencia”. En Poza Rica, el ejército aplicó el Plan DN-III antes de que el gobierno estatal enviara su primera brigada.
“Los primeros en llegar fueron los soldados. Después, los reporteros. El gobierno vino hasta el tercer día”, relató un comerciante afectado.
Nahle y el espejo del poder
El desastre encontró a Rocío Nahle en un momento de debilidad política. Sus conflictos con alcaldes morenistas, su estilo autoritario y el creciente cuestionamiento de su equipo —formado principalmente por excolaboradores de la refinería de Dos Bocas— la han aislado dentro del propio movimiento. En Veracruz, incluso dentro de Morena, ya se habla de un gobierno sin rumbo y sin empatía.
La percepción de que Nahle gobierna desde la soberbia y el cálculo político se profundizó con las inundaciones: “No fue el huracán el que nos hundió, fue la indiferencia del gobierno”, resumió un maestro rural en Tuxpan.
Las críticas se extendieron a su equipo de comunicación, acusado de manipular cifras y minimizar la tragedia. La prensa local documentó cómo los comunicados oficiales omitían mencionar los municipios con daños más severos, y cómo la gobernadora evitó las zonas donde la población la esperaba con reclamos.
El costo humano y político
Más allá de los daños materiales —estimados en más de mil millones de pesos—, las inundaciones dejaron un saldo político devastador para la gobernadora. En solo unos días, Nahle pasó de presumir un gobierno “ordenado y honesto” a enfrentar una crisis de credibilidad y legitimidad.
La tragedia evidenció la falta de planeación, de protocolos de emergencia y de obras hidráulicas básicas. Veracruz, con uno de los presupuestos más altos del sureste, no tiene drenajes funcionales ni sistemas de alerta comunitaria.
El agua bajará, pero el desgaste político de Rocío Nahle apenas comienza. Su narrativa de eficiencia energética y “transformación con rostro humano” naufragó en las calles inundadas de Poza Rica y Álamo, donde la gente hoy sobrevive entre lodo, mosquitos y olvido.