Capturan a “El Niño Sicario” en Tabasco con videos de secuestrada y arma Uzi

El menor de 15 años fue detenido junto a su jefe criminal, “El Chuncho”, en un operativo en el municipio de Centro; tenía videos de secuestro y homicidio en su celular. El caso exhibe la descomposición social y el poder aspiracional de la narcocultura entre jóvenes mexicanos.

Un operativo encabezado por la Fuerza Interinstitucional de Reacción Táctica en Tabasco permitió la captura de Dered Yair “N”, alias “El Niño Sicario”, de apenas 15 años, junto a José Asunción “N”, apodado “El Chuncho”, presunto jefe de una célula criminal que operaba en el municipio de Centro.

La detención ocurrió en la ranchería Corregidora Ortiz, quinta sección del municipio, durante la madrugada del domingo 12 de octubre. De acuerdo con el informe policial, el menor intentó accionar una subametralladora Uzi calibre 9 milímetros, pero el arma se trabó, lo que permitió a los agentes someterlo sin disparos.

Durante la intervención, se aseguraron cartuchos útiles, dosis de marihuana y metanfetamina, una mochila negra y cartulinas con amenazas a grupos rivales. Sin embargo, el hallazgo más relevante fue el teléfono del menor, donde se encontraron videos del secuestro de una mujer y del asesinato de otra víctima, cuyo cuerpo habría sido enterrado en una casa de seguridad.

Los videos —según la Fiscalía de Tabasco— no solo documentan los crímenes, sino también la banalización de la violencia entre jóvenes que crecen dentro de estructuras criminales donde la cámara se convierte en instrumento de terror y trofeo de poder.

Reclutamiento y funciones dentro de la célula criminal

De acuerdo con las autoridades, Dered Yair “N” actuaba como ejecutor, cobrador y vigilante, bajo las órdenes directas de “El Chuncho”. Su papel incluía intimidar comerciantes, grabar ejecuciones y custodiar casas de seguridad donde el grupo almacenaba drogas y retenía víctimas.

La célula delictiva mantenía operaciones de venta de drogas, extorsión y quema de viviendas de personas que se negaban a pagar “derecho de piso”. Se presume que el menor fue reclutado desde los 13 años, atraído por la promesa de dinero fácil, estatus y pertenencia.

Procesamiento conforme al sistema de justicia para adolescentes

Por su edad, “El Niño Sicario” será procesado conforme al Sistema Integral de Justicia Penal para Adolescentes, lo que impide que reciba una condena similar a la de un adulto. Aun así, se le imputan delitos contra la salud, portación de armas de uso exclusivo del Ejército, secuestro, homicidio y extorsión.

El caso reabre el debate sobre los límites del sistema penal juvenil frente a menores inmersos en estructuras criminales adultas y violentas.

El reflejo de una descomposición social

La historia de “El Niño Sicario” es el retrato de una sociedad que ha normalizado la violencia y romantizado al criminal. Durante años, la llamada narcocultura —difundida por corridos, redes sociales y series de televisión— ha convertido a los sicarios en ídolos de estatus, poder y rebeldía ante un Estado ausente.

Para miles de adolescentes sin oportunidades, sin familia estructurada ni futuro visible, el narco se ha vuelto un modelo aspiracional más accesible que el estudio o el trabajo formal.

El fenómeno no es nuevo, pero su expansión sin contención revela una falla estructural del Estado mexicano, que ni con programas sociales ni con campañas de prevención ha logrado contrarrestar el magnetismo del crimen organizado. El discurso oficial presume abrazos, pero los jóvenes de comunidades marginadas siguen recibiendo armas, drogas y promesas de dinero.

Síntoma de una sociedad visiblemente fracturada

Mientras el gobierno celebra supuestos avances en seguridad, los cárteles han creado su propio sistema educativo, donde el éxito se mide por el número de seguidores, las armas exhibidas y el miedo que se impone.

En ese entorno, “El Niño Sicario” no es una excepción, sino el síntoma más visible de una sociedad fracturada, en la que los valores comunitarios fueron sustituidos por la lógica de la violencia como herramienta de reconocimiento.

La captura de este menor debería ser un llamado urgente a la conciencia nacional: no basta con detener a los niños que matan, hay que entender por qué tantos quieren parecerse a ellos.

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