
“Si Estados Unidos ataca, sufrirá daño.” Así respondió el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jameneí, a las amenazas de Donald Trump. No es una advertencia menor: Irán no es solo un actor regional con misiles y milicias; es la cabeza de una red de influencia geoestratégica que incluye a Hezbollah en Líbano, a los hutíes en Yemen, a las milicias chiitas en Irak y a aliados cada vez más cercanos como Rusia y China.
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La advertencia del ayatolá Ali Jamenei a Estados Unidos no es retórica vacía. Y las amenazas de Trump no son simples exabruptos de campaña. Si algo ha demostrado la historia de Medio Oriente es que cada chispa lanzada sobre el Golfo Pérsico puede incendiar al mundo. Pero si esta vez la chispa se convierte en fuego abierto entre Irán y Estados Unidos, no estaremos ante otra escaramuza regional: estaremos en las puertas de una catástrofe geopolítica con consecuencias imprevisibles.
El crudo, el primer rehén
La región del estrecho de Ormuz, controlado en parte por Irán, es el paso obligado de al menos el 20% del suministro global de petróleo. En caso de conflicto, Irán podría cerrar el estrecho, bombardear refinerías sauditas, sabotear buques o plantar minas navales. El precio del petróleo podría duplicarse en cuestión de días, disparando la inflación global, paralizando cadenas de suministro y afectando especialmente a Europa, India y China, que dependen del crudo del Golfo. A Estados Unidos no le iría mejor: aunque es productor, el alza de precios hundiría su ya frágil economía pospandemia.
Israel y la guerra en múltiples frentes
Israel, con su postura de “defensa preventiva”, podría aprovechar cualquier confrontación para lanzar ataques contra Hezbollah en Líbano o contra las milicias proiraníes en Siria. Una guerra abierta entre Estados Unidos e Irán convertiría al conflicto en multilateral y regionalizado, con consecuencias para Jordania, Irak, Líbano y los territorios palestinos. Cisjordania podría estallar. El Líbano volvería al caos. Siria se transformaría en campo de batalla entre potencias regionales. Sería un nuevo Irak, pero amplificado.
Europa, atrapada en el fuego cruzado
Los países de la OTAN, particularmente los europeos, quedarían atrapados entre la presión de apoyar a su aliado estadounidense y su propia dependencia del gas y petróleo iraní y ruso. En el peor escenario, un conflicto podría provocar un nuevo flujo migratorio desde Medio Oriente hacia Europa, que no está ni económica ni políticamente preparada para otra crisis como la de 2015.
China y Rusia: espectadores interesados
Pekín y Moscú juegan un juego largo. Rusia podría usar el conflicto para reforzar su influencia en Asia Central y presionar a Europa a negociar sanciones. China, por su parte, podría comprar petróleo iraní a descuento y ofrecer respaldo diplomático a Teherán, debilitando aún más la influencia occidental en la región. Lo que para Washington sería un intento de mostrar fuerza, para sus rivales geopolíticos puede ser la oportunidad perfecta para erosionar su poder.
Terrorismo desatado
Irán ha cultivado una red de aliados no estatales que incluyen desde Hezbollah hasta los hutíes en Yemen. En caso de conflicto, la “respuesta asimétrica” no se limitaría al Golfo. Podría haber atentados en Europa, América Latina o incluso suelo estadounidense. No sería una guerra entre Estados, sino entre sistemas: una guerra tradicional con consecuencias no convencionales.
¿Estamos listos para perderlo todo por una elección en EEUU?
La amenaza de guerra no viene de una necesidad estratégica, sino de un cálculo electoral. Donald Trump busca proyectar fuerza en un momento de vulnerabilidad política. Jamenei, en cambio, necesita demostrar que Irán no se somete a chantajes. Dos egos en juego, con millones de vidas colgando de un hilo.