
Donald Trump ha decidido colocar a la DEA en la primera línea de su estrategia de presión hacia México. El mensaje es claro: cualquier negociación en materia de seguridad estará subordinada a la narrativa del combate al narcotráfico, aunque detrás se escondan intereses políticos, comerciales y, sobre todo, el afán de Trump de reafirmar su poder hegemónico, según un reportaje de Zedrik Raziel en el periódico español El País
El anuncio del llamado Proyecto Portero, presentado unilateralmente por la agencia antidrogas estadounidense, no solo expuso la falta de coordinación bilateral, sino que también buscó exhibir a la presidenta Claudia Sheinbaum como renuente a cooperar. La mandataria negó la existencia de acuerdos más allá de un taller aislado en Texas, y recordando que los convenios deben realizarse entre Estados soberanos, no mediante agencias que actúan como extensiones de la política exterior de Washington.
Sin embargo, los operativos mexicanos encabezados por Omar García Harfuch y el general Ricardo Trevilla se ven más como estrategia mediática que golpes contundentes a las cabezas de los cárteles, que se mantienen en la impunidad y bajo la protección de altos funcionarios federales y estatales. Ninguno de estos altos funcionarios ha sido procesado.
En realidad, el choque trasciende lo técnico. Trump necesita mostrar fuerza ante su electorado, de ahí su insistencia en colocar a la DEA como “garante” de una supuesta cooperación récord, cuando en los hechos existe un desencuentro abierto con el nuevo gobierno mexicano.
La jugada de Trump forma parte de una estrategia mayor: sanciones contra bancos mexicanos, exigencias de extradición de capos y amenazas veladas de intervención militar. Se trata de un guion que busca someter a México bajo presión constante, donde la DEA se convierte en un ariete diplomático antes que en una agencia técnica.
Para Sheinbaum, este episodio representa un dilema. Si se pliega a los dictados de Trump, corre el riesgo de ser percibida como una presidenta subordinada y sin capacidad de defensa de la soberanía. Lo otro es tratar de consolidar un liderazgo con autonomía, una posición riesgosa que implica el quiebre con el gobierno del republicano, ávido de mostrar control militar y económico en el continente.
El verdadero desafío para Sheinbaum será construir una agenda de seguridad que no dependa de la DEA, sino de instituciones mexicanas fortalecidas, capaces de cooperar bajo reglas claras y no como meros receptores de operaciones conjuntas con Estados Unidos.
Y qué mejor que la DEA para esas presiones.